Aunque permita en unos casos concretos salvar la vida de la madre, del bebé, o de ambos, la cesárea es una práctica que va en aumento con los años. Si representaba un 3% de los nacimientos de Francia en los años sesenta, actualmente alcanza hasta un 90% en algunas clínicas de Brasil. Es importante recordar que la cesárea es una intervención quirúrgica que presenta riesgos tanto para la madre como para el bebé y que, hoy en día, los beneficios del parto por vía natural son mucho más significativos.
La comodidad del médico que programa los partos para poder gestionar mejor su agenda, o la de la clínica u hospital en el cual trabaja, no son argumentos relevantes frente a las consecuencias negativas que puede conllevar una cesárea sobre la madre y la criatura.
Para un osteópata, la presión que ejercen los músculos de la vagina de la mujer sobre los huesos del cráneo del bebé (que se produce en el momento del parto al pasar por el canal natural de su madre) seguida de la expansión de estos mismos huesos una vez fuera, es necesaria para activar en las mejores condiciones lo que denominamos “movimiento respiratorio primario”. La cesárea impide al bebé el aprovechamiento de esta oportunidad para liberar, en este momento, su energía vital.
La consecuencia de optar por una cesárea en vez de por el parto natural es lo que se llama una “compresión”, que se puede considerar fuente de varios trastornos futuros como regurgitaciones, incomodidad general (bebé que llora mucho) e incluso más adelante trastornos de la atención, falta de creatividad, fragilidad emocional y/o física...
Es comprensible que algunas mujeres, según sus propios conceptos, valores, creencias y lo que han vivido ellas mismas o sus familiares, tengan respeto a este momento desconocido que es el parto, sobre todo cuando es la primera vez. Pero cada parto es diferente y para una misma mujer también pueden serlo cada uno de sus alumbramientos.
Por otro lado, debemos considerar que vivimos en una sociedad en la que prima la apariencia y la superficialidad se erige por delante de otros valores más profundos otorgándole a la imagen un poder máximo. Y esta frivolidad provoca que la apariencia física sea percibida como la representación más fidedigna de una persona. Para convencerse de esta realidad únicamente hay que prestar atención a las cifras que demuestran un aumento exorbitante, año tras año, de las operaciones de cirugía estética. Y lo que es más preocupante, intervenciones a edades cada vez más tempranas.
Unos datos que revelan que la obsesión por la imagen rige la sociedad actual desde los primeros años de vida. En este contexto, las mujeres (bajo una gran presión social) se llegan a cuestionar las consecuencias negativas que puede ocasionar el embarazo y el parto sobre su cuerpo.
Así que, justo en este punto de la reflexión, es donde es necesario preguntarse ¿A quién beneficia esta situación? La respuesta parece obvia ya que la publicidad en este sentido es abundante: los cirujanos plásticos y los profesionales de medicina estética tienen en este sector interesantes oportunidades. Ante este panorama, a las futuras madres que piensan en programar su cesárea por razones de comodidad o preferencias personales (como que el niño nazca una fecha concreta por motivos emocionales) les diríamos que reflexionaran seriamente sobre todo lo expuesto en este artículo y las consecuencias que se producen al optar por una forma u otra de nacimiento de su hijo.
Podemos ir más allá y llevar las reflexiones a otro nivel en el que nos plantearíamos si la banalización de la cesárea en la especie humana nos puede conducir a un proceso mecanizado y carente de cualquier aspecto fisiológico y emocional. Nos preguntamos ¿Seremos todavía humanos el día en que la tecnología puede llevar a cabo un «embarazo» sin la necesidad de la madre?
En muchas ocasiones, el bebé nacido por cesárea sólo hubiera necesitado unos días más para nacer por su cuenta pero, al producirse la intervención, este recién nacido se encuentra en una situación descuadrada al haberse adelantado su momento por decisión de sus padres o del ginecólogo.
Creo que no es malo hacerse preguntas, al contrario, uno se vuelve entonces “capitán de su alma” como proclama Nelson Mandela. Es conveniente reflexionar sin influencias externas ajenas a nuestra situación particular y que nos empujan a aislarnos de los caminos naturales. Muchas veces la comodidad y una engañosa facilidad esconden otros intereses y dejan de lado la alegría de alumbrar a un bebé de forma natural. Nada descabellado, por otro lado, ya que es que lo que llevan haciendo durante siglos nuestras antepasadas.
Y, por último, adelantándonos a los argumentos esgrimidos por los facultativos sobre la posibilidad de problemas jurídicos si un parto natural no va bien, aconsejaríamos que estos profesionales pensaran primero en su papel de asistentes en el intenso y bonito proceso de dar a luz una vida. Los protagonistas de un parto son los padres y el bebé por llegar, no los médicos. Por otro lado, el equipo médico también tiende a medicar en exceso durante los partos cuando, en realidad, un parto no es una patología que requiera tratamiento sino que es un proceso lógico de una mujer en buen estado de salud.
No en vano queremos resaltar el hecho de que en ocasiones los bebés reciben los residuos del anestésico de la epidural y ya empiezan a intoxicar su pequeño cuerpo desde los primeros días de vida. Meses después vendrán los otros sistemas de intoxicación como las vacunas y los antibióticos.
Fuente: http://www.pascale-pech.com