Daniel Pennac (Casablanca, 1944), hoy profesor retirado y escritor de reconocido prestigio, fue un mal alumno. El recuerdo del dolor y el miedo que le producían la escuela fue lo que le llevó a tomar la decisión de dedicarse profesionalmente a la docencia. Consideró que el hecho de haber sido un mal alumno, un zoquete como él mismo se denomina, le ayudaría a salvar de la escuela a muchos otros zoquetes. Por eso, tras retirarse de la docencia para dedicarse profesionalmente a la escritura, publicó un libro titulado “Mal de escuela” en el que analiza las disfunciones del sistema educativo desde la perspectiva del mal alumno. Se trata de una obra muy ágil desde el punto de vista literario, que utiliza un lenguaje directo, simple y, en ocasiones, coloquial. Alterna sus propias reflexiones actuales con el relato de diversas anécdotas de su vida como alumno y de su vida como profesor.
En un interesante recurso literario, Pennac empieza por el epílogo y cuenta cómo su madre, aún a día de hoy, duda de que su hijo sea capaz de valerse por si mismo, duda que se originó en sus días de mal alumno y que perduró a lo largo de toda su vida. El relato autobiográfico del mal alumno convertido después en buen profesor sirve de hilo conductor a esta obra que realiza una detallada y acertada radiografía de la escuela como institución porque, aunque haya cosas que han cambiado con el paso de los años, lo fundamental, para bien y para mal, permanece.
Tres son los aspectos principales que se desgranan:
Uno, la responsabilidad compartida de todos los agentes implicados en la educación: los padres, los profesores, el sistema escolar, el gobierno y, también, los propios alumnos.
Dos, la inutilidad de la escuela cuando pretende acelerar los ritmos y procesos naturales de aprendizaje, cuando se aleja de la realidad cotidiana de sus alumnos y cuando profesores sin pasión ni vocación pretenden aplicar métodos sin llegar a la raíz de los mismos, vaciando de sentido al acto pedagógico.
Y tres, la doble vertiente del impacto que a corto, medio e incluso largo plazo tiene la escolarización para cada niño. De un lado, y en sentido negativo, la indefensión aprendida de aquellos que son etiquetados como zoquetes, lentos, poco inteligentes, malos alumnos en definitiva. Y de otro lado, en sentido positivo, el llamado efecto Pigmalión que permite no sólo el éxito perdurable de los buenos alumnos sino también, y sobre todo, la recuperación y la salvación de los malos alumnos, como fue el caso del propio autor.
Este tercer aspecto es el que a continuación se analiza.
Desde que nace un niño se tienen expectativas sobre su vida en función de la familia y la sociedad en la que ha nacido. Es lo que Daniel Pennac llama “la rutina del Darwinismo social” (p.23). En ocasiones, el niño incumple las expectativas sobre él depositadas y entonces se le marca, se le etiqueta. Hoy en día tenemos infinidad de diagnósticos psicológicos que cumplen esta función; antes, simplemente, eran llamados zoquetes o malos alumnos.
El mal alumno, por definición, no encaja en el sistema y, por ello, se convierte en un estratega. Ya en la década de los años 50, el profesor John Caldwell Holt se preguntó qué es lo que sucede en la escuela que hace que un niño que en otras circunstancias es observador, imaginativo y analítico, se convierta de repente, como por arte de magia, en un completo inútil. La respuesta la da Holt y la confirma Pennac: lo que sucede en las escuelas no es lo que los profesores creen que sucede. El mal alumno siente miedo y al miedo le suceden las ganas de huir. Mientras, el profesor no se da cuenta de que el mal alumno, completamente bloqueado y paralizado, se dedica a desarrollar estrategias para salir del paso, para pasar desapercibido, para dar con la respuesta correcta y que le dejen en paz. “Devanarme los sesos para elegir lo que realmente le gustaría a aquel cabrón” (Pennac, p.33).
Sin embargo, de vez en cuando aparece un profesor que consigue restablecer, al menos en parte, la confianza en sí mismo del mal alumno. A veces esto sucede sin que medie intencionalidad por parte del profesor pero, sabiendo que es posible, ¿no están todos los profesores moralmente obligados a intentar ser los salvadores de sus malos alumnos? ¿No es ése el objetivo de la docencia?
“Los profesores que me salvaron no estaban formados para hacerlo” (Pennac, p.34). Es probable que hoy en día padezcamos de un exceso de formación y de una preocupante carencia de vocación, pues a medida que la formación avanza en cantidad, también avanza el fracaso escolar. Nos falta darle un enfoque holístico a la escolarización: “Reducidos a nosotros mismos, nos reducimos a nada” (Pennac, p.61). Nos falta mejorar y reforzar la comunicación y ello pasa, entre otras cosas, por recuperar la vocación no sólo por la docencia sino, especialmente, por la materia objeto de enseñanza. De los tres profesores que finalmente le salvaron, Pennac dice: “Eran artistas en la transmisión de su materia. Sus clases eran actos de comunicación, claro está, pero de un saber dominado hasta el punto de pasar casi por creación espontánea”.
Cabe destacar el enfoque positivo de la crítica que Pennac realiza al sistema escolar. La crítica siempre es fundada, otorga a cada uno de los agentes implicados su justa dosis de responsabilidad y, sobre todo, destaca los aspectos positivos de la escolarización, aquellos que él mismo fue incapaz de ver durante sus años de instrucción obligatoria. Únicamente un profesor fue su tabla de salvación: “Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás”, afirma en la última parte del libro. Y esa salvación consiste en la cooperación necesaria en el diseño de la identidad personal del alumno que, al fin y al cabo, es el objetivo de toda educación.
Fuente: http://blog.tarkuskids.com
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