1. Abuso de autoridad
Creo que es el error más común. Muchas de las situaciones que se nos plantean con nuestros hijos, las resolvemos apoyándonos injustamente en la posición de autoridad que mantenemos. No nos confundamos, si un niño pone en peligro su vida por algún motivo (cruzar sin mirar, hacer algo peligroso, etc…), nuestra posición de autoridad es imprescindible. En estos casos, un grito o una actuación contundente, puede ser vital para evitar el peligro. Pero no me estoy refiriendo a esto.
Me refiero a las numerosas ocasiones en la que estamos negociando algo con nuestros hijos, y zanjamos el asunto con un porque yo lo digo, o porque soy tu padre, sin más. Simplemente, nos aprovechamos de nuestra autoridad para llevar la razón. En ocasiones, no lo hacemos porque sea lo mejor para ellos, sino porque es lo más cómodo para nosotros. Como el tema absurdo de aplicar técnicas para que duerman solos y ver la tele tranquilos…
2. No respetar sus ritmos
Es imposible que un niño tenga la percepción del tiempo que tenemos nosotros. Simplemente no puede. No tiene tan claro qué es el futuro, y tampoco es capaz de extrapolar lo que está haciendo en un momento dado, con las consecuencias que esa acción puede tener el futuro.
Es normal que nosotros tengamos prisas. Tenemos citas, compromisos, horarios, reuniones… Pero para ellos todo es presente. Todo es ahora. Para nosotros todo es futuro. Es lo que tenemos que hacer, o que vamos a hacer.
Para ellos lo importante es lo que están haciendo ahora. Esta situación produce numerosos choques.
Es una situación difícil de manejar. Al fin y al cabo, tienen que entrar al cole a una hora, y nosotros a trabajar a otra y no depende de nosotros. Ahí no hay mucho que hacer. Pero sí que podemos y debemos ser pacientes cuando podemos. Cuando no hay prisas, ¿para qué metérselas? Sí, nos pone de los nervios que no hagan las cosas más rápido, pero ¿qué derecho tenemos a criticarlo? ¡Están aprendiendo y todo se aprende poco a poco y despacio!
3. Pagar nuestro estrés con ellos
Es, quizá, la más injusta de las situaciones. La fuerza de voluntad y la energía tienen un límite, y cuando llegamos a casa, después de un día complicado en el trabajo, están bajo mínimos. Es en ese momento, cuando más tareas quedan por hacer, cuando más quieren nuestra atención, cuando menos ganas y energía tenemos para ofrecer. La tensión está servida.
Queremos que se bañen, se pongan a cenar, hagan los deberes, etc… y puede que ellos también estén agotados. Nos hacen alguna pequeña trastada, o simplemente, se niegan a obedecer. Nos saca de quicio y les empezamos a gritar, o a abusar de nuestra autoridad. En realidad, y lo sabemos, lo estamos pagando con ellos. Es nuestro propio estrés el que se está manifestando. Y lo pagamos con ellos.
Lo mejor que puedes hacer en estos casos es pedirles perdón. Lo agradecerán y sabrán que sus padres, cuando se equivocan, rectifican.
4. Poco reconocimiento de aciertos, mucho énfasis en sus fracasos
Es muy sencillo que nos vayamos hacia la reprimenda y muy complicado que reconozcamos sus éxitos. Parece ser que nuestro cerebro es mucho más sensible a los comentarios negativos que a los positivos y que son necesarios 5 comentarios positivos para contrarrestar uno positivo.
El problema con las acciones positivas (lavarse lo dientes) o negativas (tirar la comida) es que somos también muy malos a la hora de reconocer las primeras, y muy buenos con las segundas. Hay un doble sesgo peligroso aquí.
¿Cuántas acciones buenas hacen los niños al día que pasan desapercibidas? Yo diría que la mayoría, la gran mayoría. Piensa, por ejemplo, en todo el tiempo que pasan en el colegio sin que les veas, portándose bien, haciendo caso a su profe, siendo buenos compañeros… Sin embargo, no podemos estar todo el día diciendo lo bien que has comido, cenado, desayunado, hecho los deberes, etc… porque son tantas las ocasiones, que lo tomamos como rutina. Y es precisamente esa rutina normal, lo que maximiza las ocasiones en las que, cuando no cumplen con ella, ponemos el grito en el cielo.
5. Sobreprotección
Es casi inevitable. Nuestra responsabilidad hacia su salud y bienestar es tal que no queremos que se exponga a casi ningún riesgo. Pero precisamente, enseñarles a manejar el riesgo es algo que también tienen que aprender y para ello, de forma similar a las vacunas, deben exponerse a él. Saber cuándo una situación es peligrosa y tener los mecanismos mentales que la reconozcan y que reaccionen ante ella.
Hay momentos para todo. La primera vez que coman algo sólido, no les quitarás ojo, pero seguro que te sorprenderá lo bien que se apañan. Y sí, es posible que se atraganten, pero ahí estarás tu para hacer la maniobra de Heimlich. Hace tiempo mi hija mayor de 5 años, quería ir sola a casa. Estábamos cerca, pero tenía que cruzar varias calles grandes. La dejamos, pero lo que hicimos fue seguirla a cierta distancia. No hubiéramos podido evitar nada, pero sí que pudimos comprobar que reaccionaba muy bien. Ahora va a por el pan sola. No hay vida sin riesgo, y estamos ahí para proteger a nuestros hijos, pero también para enseñarles a ser libres.
Fuente:
http://www.uncafelitoalasonce.com/errores-comunes-que-cometemos-con-nuestros-hijos/
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